Sábado por la mañana. Ayer me lo tomé de descanso. Esta noche asistiré al III Festival de Monobandas de Barcelona con los grandes One Man Bands locales Dead CowMan y One Pork Band junto al ingles Dollar Bill y al cabeza de cartel, el norteamericano Bob Log III. He tenido la suerte de que me toque una entrada así que no tengo escusa para no ir a un concierto que ya de por si no me quería perder. Es un festival único aquí en Barcelona y es de agradecer que se lleven acabo iniciativas tan distintas como las que llevan acabo Fresh Shit For The Trash Kids, así como personalmente he de agradecer que contaran conmigo para inaugurar la primera edición de dicho festival compartiendo cartel con alguien de la talla del gran Reverend BeatMan.
Ahora toca quitarse las legañas y bajar a predicar. Me dirijo al mercadillo. Hoy lo montan en el barrio Banús. Llego, miro pero no se porque no me convence. No hay mucha gente pero seguramente no la haya en todo el pueblo. Parece la mejor opción pero algo dentro de mi me hace seguir andando. Tras divagar sin saber que hacer acabo como siempre en la San Ramón. Hoy, por variar un poco, me sitúo mas arriba junto a una conocida entidad bancaria de color azul. La calle esta muy tranquila y yo empiezo.
Pasa poca gente. Tengo en frente una casa antigua y grande. La ventana que tengo encima esta abierta, las otras cerradas. Parece una escena shakespiriana pero yo no soy Romeo y ninguna Julieta asoma por la ventana. En cambio, la cortina de una de las ventanas de la planta de abajo se mueve tímidamente y aparece el rostro inquisidor de una anciana que al ser vista desaparece. La escena se repetirá graciosamente varias veces durante la actuación. Voy tocando y sigue habiendo poca gente. Sin embargo, en la San Ramón siempre hay alguien de un lado a otro, siempre hay alguna señora que se acerca a echarte una moneda con una sonrisa o algún niño que exige monedas a sus padres para poder echarla en el bote. Aprovecho el poco público para improvisar y ensayar. Pruebo de varias formas una canción nueva que me ronda por la cabeza. Caen algunas monedas. En la calle parece que gusta. Espero, cuando la tenga acabada, que también guste en los bares, o al menos que no aburra demasiado.
Llegada la hora de comer, cojo mis cacharros y vuelvo para casa. 16,11€ no es una fortuna pero tampoco es una recaudación demasiado mala para un sábado por la mañana en Sardañola. De camino a casa Boogie me deja atónito. Lleva días cogiendo la correa mientras andamos por la calle pero ahora me intenta morder la bolsa. Le pongo las asas de la bolsa frente a la boca y la coge. El resto del camino la bolsa me la lleva Boogie mientras menea el rabo y se le ve visiblemente contento. Los perros también necesitan sentirse realizados.
¡Nos vemos en las esquinas!
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